En el mundo de la medicina, donde cada decisión puede significar la vida o la muerte, los riesgos son altos y la necesidad de innovación es constante. Sin embargo, a pesar de las ventajas claras que ofrecen muchas nuevas tecnologías, cambiar los hábitos diarios de los profesionales de la salud puede ser sorprendentemente difícil.

Tomemos como ejemplo la transición de las historias clínicas en papel a los registros electrónicos de salud (EHR). Los beneficios eran evidentes: mejor organización, acceso más rápido al historial del paciente y reducción de errores. Aun así, su adopción encontró resistencia. ¿Por qué? Porque romper con lo familiar no es fácil. El papel y el lápiz ofrecían una sensación de control, aunque fueran menos eficientes.

Hoy nos enfrentamos a un desafío similar con la integración de herramientas impulsadas por inteligencia artificial en la práctica clínica. Imaginemos un copiloto médico que ayuda a un dermatólogo a identificar un cáncer de piel en etapa temprana, o que permite a un médico general en una zona rural realizar una interconsulta con un especialista al otro lado del mundo. La tecnología ya existe, pero su adopción masiva depende de romper con hábitos profundamente arraigados.

Los médicos han sido formados para confiar en su criterio, afinado a lo largo de años de experiencia. Introducir IA en esta ecuación requiere un cambio de mentalidad: ver la tecnología como un aliado, no como un sustituto. No basta con mostrar evidencia; hay que comprender y respetar los comportamientos que moldean el día a día de quienes ejercen la medicina.

Las plataformas que logren impactar serán aquellas que se integren de forma natural a la rutina clínica, adaptándose a los hábitos de comunicación existentes y mejorando el flujo de trabajo sin interrumpirlo. A medida que estas herramientas se consoliden, surgirán bases de datos clínicas vivas, capaces de identificar los tratamientos más eficaces con base en resultados del mundo real.

La lección es clara: cambiar hábitos no se trata solo de demostrar beneficios, sino de entender los factores humanos que impulsan el comportamiento. Cuando logramos alinear las nuevas tecnologías con las prácticas existentes, abrimos la puerta a avances significativos en salud, transformando la forma en que se toman decisiones y, en última instancia, mejorando los resultados para los pacientes.